Parecía que nunca ocurriría pero por fin llegó el gran día. Mamá Grande se
había empezado a poner nerviosa unos días antes. Y no era para menos. Cien
años, según su punto de vista -y según todos los puntos de vista-, eran muchos años.
Había criado a 6 hijos y viajado incesantemente por varios países en busca
de libertad y de tranquilidad. También criado a algún nieto e incluso a un
biznieto, pero todo eso había pasado hace tiempo. Eso sí, no tanto tiempo como
el que transcurrió desde que dejó su país de origen al que nunca regresó. Sin
embargo su pensamiento todavía fluía en idioma alemán, con algunos pespuntes
e hilvanes de español. En eso, y en más cosas que se negaba a traslucir
públicamente, meditaba silenciosa ante la llegada del gran acontecimiento.
Mamá Grande veía con el alma. Sus ojos habían perdido nitidez, pero era
gracias a su alma como reconocía a las
personas que se le acercaban. Y acertaba. Porque su alma era un alma de poeta,
de gran mujer. Nunca chismosa, siempre acogedora y paciente, inteligente y gran
conversadora, a pesar –o tal vez debido- a su edad. Curiosa y poeta. Sí, eso creo que ya lo he
dicho antes. Y su ser fluía como la música de Vivaldi a la que era tan
aficionada.
Y ahora hablaré de su edad. La que iba a cumplir. Punto que parece
insignificante en su trayectoria, porque un día sólo es un día. Pero de tanto
acercarse el momento de los cien diciembres, Mamá Grande se fue inquietando. Y
por tanta inquietud y desasosiego, ocurrió que la tuvieron que ingresar en el
Hospital un día antes. Fue por una cuestión
insignificante, lo cierto es que su salud era de hierro. Pero se desbarató de
madrugada y tuvo que venir la ambulancia y llevarla a urgencias.
Afortunadamente, al día siguiente, los médicos consideraron que estaba ya suficientemente bien
para darle el alta.
Con ello descalabró algunos planes de celebración que su familia tenía
preparados. Ya se sabe: una foto, una tarta, unos regalos, unos besos. Seguro
que algo ha tenido después de la siesta, después de que la ambulancia matutina
la regresara a su hogar.
Yo misma no he podido felicitarla hoy, en su gran día. Aunque sí lo hice ayer.
Y desde aquí le envío un enorme beso y cien tironcillos de orejas, con el mismo
cariño que pondré en la tarta que, en cuanto se ponga buena del todo, le voy a cocinar.
¡ FELICIDADES CHRISTEL !
3 comentarios:
Pues Felicidades para Christel tambien.
Podía ser de tu familia, pues las de Salas murieron con 101 años tia Concha
108 Celia
y 99 Sofia, como verás muy longevas
Felices Fiestas querida Cris para ti y tus niñas con tu madre hablaré
Un beso
Tia Pili
Muy bonita y tierna la historia y felices fiestas. Me encanta la foto del cuadro y me gusta mucho más, claro está, este bonito desenlace de mamá grande y su regreso al hogar. Saludos
Gracias a los dos por vuestras palabras. Mamá grande es como de la familia, pero también es una metáfora, un sueño, una persona de carne y hueso e -incluso- un mito. Sólo os puedo decir que cien años son muchos años pero pueden llegar a ser pocos cuando se tiene ilusión y la cabeza lúcida como ella la tiene. ¡Un abrazo!
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