El amor
no está de moda.
Hablar
del amor a la humanidad en los tiempos que corren, equivale en términos
generales a que te miren con cierto recelo, piensen que te has hecho
espiritualista o seguidor de alguna secta peligrosa. O que te tachen de cursi.
Si encima eres mujer, tus interlocutores adoptarán ese terrible aire de
suficiencia musitando entre ellos que has perdido la cabeza. El amor a los
otros ya no tiene cabida, no es un concepto “interesante“, para la sociedad actual. Lo que no quiere decir
que no se practique o no haya gente bondadosa y generosa. Porque, por otra
parte, el ser humano es bueno y solidario por naturaleza y así se demuestra en cuanto aparece alguna catástrofe o
algún accidente importante. En esos momentos vemos como una gran mayoría se
vuelca en ayudar a los demás.
Tampoco está de moda “el prójimo”, aquel distinto de uno, aquel al que había que amar según el mensaje cristiano: “amaos los unos a los otros” o “ama a tú prójimo como a ti mismo”.
Tampoco está de moda “el prójimo”, aquel distinto de uno, aquel al que había que amar según el mensaje cristiano: “amaos los unos a los otros” o “ama a tú prójimo como a ti mismo”.
Pero
ahora que “Dios ha muerto, todo está
permitido...” Y el sentimiento universal del amor –laico, si se
quiere- entendido como aquello que nos hace hermanarnos con todas las personas
que viven en este planeta, al menos de forma teórica, ha sido sustituido por el
amor al dinero o al poder. Los
hombres y las mujeres, de un tiempo a esta parte, sobre todo en el mundo
occidental, ya no distinguen el amor hacia el prójimo de la indiferencia. Por
no decir del odio o de la ignorancia hacia ese “otro”, distinto de ti, de tus
amigos, de tu familia o de los vecinos de tu terruño. Y así la capacidad
responsable y desprendida de ceder, de respetar, de acoger o de ayudar se ha
convertido en una necedad. No digamos la de prestar dinero, ser solidario,
visitar a quien se encuentra enfermo, escuchar o sentir empatía por tu
compañero o amigo. El egoísmo es lo que impera.
La falta de tiempo y la competitividad -que hacen del otro un enemigo en potencia- o el acostumbramiento a las excesivas desgracias que aparecen en los medios escritos o en televisión, nos hace distanciarnos y volcarnos en un ensimismamiento personal egoísta. Las cosas tampoco están ahora como ayudar a los necesitados, nos decimos.
La falta de tiempo y la competitividad -que hacen del otro un enemigo en potencia- o el acostumbramiento a las excesivas desgracias que aparecen en los medios escritos o en televisión, nos hace distanciarnos y volcarnos en un ensimismamiento personal egoísta. Las cosas tampoco están ahora como ayudar a los necesitados, nos decimos.
Propongo, como instrumento para el cambio, el amor
fraternal entre iguales, responsablemente entendido como creación vital. Como
progreso y como poder activo y positivo, sin exclusividad. Somos seres sociales
y, aunque independientes, nos necesitamos unos a otros para seguir hacia
delante.
El
amor como forma inteligente de reconocimiento, de respeto y de aceptación de
los otros y de uno mismo, como preocupación por el crecimiento y desarrollo de
los que amamos, se hace necesario para la convivencia y para nuestra
transformación personal y colectiva en una sociedad global nueva. Ampliándolo a
una simpatía solidaria y participativa ante los problemas de nuestra sociedad y
de las sociedades más remotas, ante el mundo en el que vivimos y ante el
olvidado –y tantas veces torturado– reino animal.
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