Jorge Oteiza fue uno de los
escultores vascos más importantes de la modernidad dentro del siglo XX. Personaje
polémico, trabajador incansable, ensayista y poeta, abandona la escultura hacia
mediados de los años 60, después de haber llegado a adelantarse al minimalismo
y realizar una serie de piezas que tomaron por nombre "cajas vacías".
A través de ellas, investigó un fenómeno que llamó "la desocupación del
espacio", por medio de esculturas que retornaban a lo más primitivo o puro
de la esencia de las formas y a un claro misticismo en el entendimiento del
arte.
A partir de esa época, se retiró
con su mujer al pueblo de Alzuza, fue ninguneado por los estamentos políticos
vascos y su dedicación se centró en la reflexión sobre el alma vasca, la
educación artística o la antropología. Escribió "El Libro de los
Cambios", "Quosque Tandem", "Dios habita en el
Noroeste" o "El Libro de los plagios", entre otros, a la vez que
seguía haciendo experimentos en su laboratorio de tizas, llevando una vida
monacal, dando la espalda a premios y reconocimientos.
"El libro de los
plagios", escrito con ochenta y dos años, plantea como escultores de gran renombre habían
logrado copiarle piezas que él previamente había concebido. Y lo demuestra con
fotografías que, sino idénticas, sí se percibe una clara influencia, semejanza
y, en algunos casos, un plagio descarado.
"El libro de los Plagios" es un libro muy curioso que forma
parte de la leyenda de "enfant terrible" que siempre ha rodeado a Oteiza, gran persona y magnífico
escultor, cuya obra se puede hoy en día ver en el Museo Oteiza de la ciudad
Navarra de Alzuza, su humilde casa de entonces rehabilitada por el arquitecto
Saiz de Oiza, obra póstuma terminada gracias a sus hijos.
Antes de morir tuvo la
generosidad de reconciliarse con Chillida, en un gran abrazo, ya ambos mayores
y enfermos. Recomendar la visita a ese pueblo perdido de Navarra es
inevitable. En su cementerio local, en lo
alto de una colina y bajo una cruz oteiziana (unidos sus travesaños en una pieza única), descansan sus restos junto con
los de su adorada esposa Itziar, a la que dedicó más de un poema. Como éste:
...el brazo de Itziar que así
me abrazaba / cuando nos disponemos a dormir / entrando en el sueño juntos en
bicicleta / antes con mi bastón-sable / o mi makilla de Iparralde / vestido de
violencia contra todos / me apoyo ahora en el bastón / de mango pacífico y
redondo/ en el que se apoyaba mi querida Itziar / me identifico así con ella /
en su pacifismo me acompaño y vivo sin vivir en mí con mi Itziar vivo».
"La misión del artista: enseñar a fijarse a los demás, desocultar
siempre el sentido y la significación de todo lo que vivimos, de todo lo que
nos rodea. Curando nuestras limitaciones
y nuestros miedos que constituyen esa incomodidad existencial que ante el
supremo temor de la muerte llamamos sentimiento trágico de la vida. El arte
cura el sentimiento trágico, trata de curarlo, devolviendo el hombre a la
naturaleza..."Jorge Oteiza