Las ciudades contemporáneas, especialmente las megalópolis,
es decir las que son excesivamente grandes y dispersas, han sido diseñadas tradicionalmente para aquel varón que
consideramos sano, activo, productivo y motorizado. En ellas el coche es
el que prima y en su centro no se ven niños.
Y no se ven, porque no están. Porque el centro histórico,
comercial, fachada de fines de semana y oficina para los ejecutivos, carece de
parques recoletos, de seguridad en sus calles y aceras, de itinerarios para las
bicis, de equipamientos deportivos, de lugares de encuentro y de aventura fuera
de peligro, de espacios para amar, reconocer, fantasear, explorar y recorrer.
Plazas y calles como las de antes, en las que los niños jugábamos con nuestros
amigos, íbamos al colegio caminando, en tranvía o autobús y nos sentíamos
protegidos por un territorio amable en donde ser ciudadano era un privilegio,
ya fueras niño o no.
Tonucci, arquitecto y psicólogo, propone repensar la ciudad
mediante la participación ciudadana, sobre todo la de los más pequeños. Propone
itinerarios seguros para que vayan solos a la escuela, vigilados por los
habitantes de la ciudad (incluidos motoristas, policías urbanos y ciudadanía en
general); propone Consejos formados por niños, que sean ellos los que de una
manera no manipulada por los mayores, nos indiquen sus preferencias. Y estas
preferencias tienen que ver, según su experiencia, con la posibilidad de jugar
en la calle, de que existan plazas y parques, de no estar encerrados y aislados
entre cuatro paredes, con la TV basura como única aliada... a la espera de que
sus padres vengan del trabajo.
“Es deseable”, dice Tonucci, “ aceptar la diversidad
intrínseca del niño como garantía de todas las diversidades”; fomentar “el
juego libre y espontáneo que se asemeja a las experiencias más elevadas del
adulto (...) aquellas que se encuentran frente a la complejidad, en la
posibilidad de dejarse conducir por el gran motor del placer”; crear
“Laboratorios de Niños” donde puedan expresar sus sueños y necesidades,
otorgándoles la palabra, participando y trabajando con ellos, como urbanistas
de las ciudades del futuro. Esta experiencia se ha desarrollado con bastantes
buenos resultados en la ciudad de Frano (Italia) y se han realizado también
algunos intentos en algunos municipios de tamaño medio de nuestro país, como el de
Alcobendas.
Entre otras propuestas para una ciudad ideal, una pequeña escribió: “Deseo un
parque. O mejor dicho, dos. Por si el primero se rompe”.
Este libro, habla de la utopía, según el entendimiento que
el escritor uruguayo Eduardo Galeano hace de esta palabra: “ Aquello que está
al final de la línea del horizonte; por mucho que yo camine, nunca
la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía, entonces? Para eso sirve: para
caminar".
2 comentarios:
Enhorabuena por este post, nos ha encantado. Resume muy bien la problemática que tienen los niños al no estar diseñadas las ciudades para ellos, ni contando con ellos.
Gracias a vosotros!
Publicar un comentario