Es una pregunta que todos nos hemos hecho, los que escribimos más a menudo y los que garabatean unas notas íntimas en una hoja de papel. Los críticos, los periodistas, los escritores, historiadores, blogueros, arquitectos y filósofos. Los que son remunerados por el hecho de escribir y los que -casi siempre- lo hacemos sin cobrar.¿Por qué? ¿Qué es lo que nos motiva a utilizar garabatos llamados letras que se unen conformando palabras y éstas, a su vez, frases? Las frases, como todos sabemos, forman pensamientos y textos. Ya sea por medio del ordenador, a mano, con pluma, boli, lápiz o con máquina de escribir. ¿Por qué? ¿Cúal es el motivo? ¿Qué pretendemos?
La respuesta me la dio un escritor amigo que hace tiempo no veo y que desde aquí le mando un abrazo. Escribimos, me dijo, para que nos quieran. Así de sencillo.
Podemos escribir de arquitectura, los arquitectos. De cine, poesía, historia o filosofía.... los que entienden sobre estas materias. Podemos escribir de política o de ciencia, de psicología, arte, sobre las nuevas tecnologías, de costura o de cocina. Podemos intentar desmembrar los intrincados vericuetos del ser humano en su relación con el otro, analizar por qué estamos aquí o relacionar a los hombres y a las mujeres en un intento vano de descubrir sus diferencias, similitudes y/o discrepancias. Podemos extasiarnos en el mundo onírico de los sueños -donde la realidad demasiadas veces se confunde con el deseo- o vagar sin equipaje por distintos países jamás visitados, países que nuestra imaginación es capaz de describir como si hubiéramos estado allí.
Y sobre todo, podemos fabular, contar historias, pretender hacer literatura, inventar personajes, hacer reír, sonreír e -incluso- llorar o emocionar. Conmover, extasiar, hacer pensar, hacer que el lector se identifique con lo que estamos diciendo y -por medio de nuestros escritos- sea feliz durante un rato o, por contra, sumirlo en un mayúsculo enfado que le haga pensar en contestarnos o en matarnos. Que también ocurre.
Y sobre todo, podemos fabular, contar historias, pretender hacer literatura, inventar personajes, hacer reír, sonreír e -incluso- llorar o emocionar. Conmover, extasiar, hacer pensar, hacer que el lector se identifique con lo que estamos diciendo y -por medio de nuestros escritos- sea feliz durante un rato o, por contra, sumirlo en un mayúsculo enfado que le haga pensar en contestarnos o en matarnos. Que también ocurre.
Vuelvo a lo mismo, escribimos para que nos reconozcan, nos consideren, nos aplaudan y sobre todo nos quieran, como ya he dicho. Necesitamos al "otro", aquel distinto a uno para reflejarnos en sus ojos y que este espejo nos ayude a descubrir quienes somos.
Escribo para ti, sobre todo, lector amigo y es por ello que necesito que me leas. Así, sin apenas imágenes, susurrándote al oído, agradeciendo tu compañía, animándote a que no me abandones, presagiándote nuevas entradas que te hagan reflexionar. Dicéndote al oído, muy quedo: estoy aquí, no me he ido, yo también te quiero...
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