Para Mario que me visita sin
conocernos
Cuando
era estudiante y vivía en el hogar familiar, a veces me sorprendía a mí misma
mirando por la ventana a la calle, para descansar de mis proyectos y estudios, a la vez que observaba a un chico
que -detrás de los visillos de la casa de enfrente, y a través de su ventana-,
me miraba. O mejor dicho, me espiaba. Yo,
poco a poco, también empecé a hacerlo.
Nunca nos conocimos ni supimos nuestros nombres a pesar de la cercanía, de compartir calle y de la cantidad
de veces que sucedió. Coincidiendo en muchas ocasiones nuestras miradas
furtivas.
Más
adelante, haciendo yo un Master fuera de nuestro país, un apuesto tipo con
barba y camisa de cuadros y aires de leñador, solía sentarse solo en el
comedor que yo frecuentaba. Durante el año que permanecí en la Universidad de
Edimburgo, jamás nos hablamos, pero cuando entrábamos –él o yo- en la cantina
universitaria nos intercambiábamos miradas que nunca llegaron a convertirse en algo
más.
¿Cuantas
veces en este mundo virtual, nos espiamos, nos visitamos, nos “miramos”,
incluso dejamos posts en los blogs de unos y de otros, sabiendo que el milagro
del conocimiento real jamás llegará?
Algo parecido sucede con la literatura. Después de haber terminado un libro, con el que obviamente hacemos de espías, libro que nos ha podido inquietar
o conmover, con frecuencia hemos tenido ganas de dirigirnos al escritor. De
contarle que tal o cual párrafo de su novela o texto, nos ha hecho emocionarnos
hasta casi las lágrimas. O de hablar con él o ella para expresarle nuestro acuerdo o
desacuerdo con determinadas ideas. Muy pocas veces ocurre, esa es la verdad. Aunque
hay experiencias emocionantes de personas que han mantenido una relación
epistolar con el autor, después de haber leído un libro suyo y, finalmente, se han conocido.
¿Y
en la arquitectura? Cuando se diseña y construye un edificio, al final del proceso, la
obra deja de pertenecernos y es propiedad de los habitantes del pequeño micro país
que uno ha creado. Pero, de alguna manera ejercen de "intrusos", caminado y viviendo en un lugar creado y pensado por otra persona.
Algunas veces los arquitectos volvemos al lugar de autos, pero es raro que los moradores nos cuenten algún acierto del lugar donde viven. Por ejemplo: “Cómo me gusta deslizar mi mano sobre la barandilla de madera que has diseñado”, o “Qué placer en las noches de insomnio, poder mirar a través de ese lucernario, dispuesto sobre la cama por el que se vislumbran las estrellas…” (En todo caso, si hay algún encuentro casi siempre es crítico, lo que por otra parte me parece bien).
Algunas veces los arquitectos volvemos al lugar de autos, pero es raro que los moradores nos cuenten algún acierto del lugar donde viven. Por ejemplo: “Cómo me gusta deslizar mi mano sobre la barandilla de madera que has diseñado”, o “Qué placer en las noches de insomnio, poder mirar a través de ese lucernario, dispuesto sobre la cama por el que se vislumbran las estrellas…” (En todo caso, si hay algún encuentro casi siempre es crítico, lo que por otra parte me parece bien).
Pero
volviendo al tema del espionaje virtual, éste es el mismo de siempre, el de antes
de nuestra era informática. Y creo que sería positivo en muchos casos un encuentro
real entre las gentes que –sin conocernos- nos visitamos y/o expresamos ese
estúpido “me gusta”, aterradoramente frío.
En
una ocasión formé parte de un colectivo “on line” de críticos aficionados a la
literatura y al cine. Éramos un grupo interesante y los comentarios y las críticas
también lo eran. Pues bien, un día quedamos para conocernos. Me sentí desolada
la tarde de la quedada cuando en aquel café no apareció nadie más que yo.
Aunque tal vez vinieron todos y no nos descubrimos, cada uno absorto en su
ordenador portátil, cada uno deseando mantener oculta su personalidad virtual...
1 comentario:
Buenos días Cristina:
En primer lugar, me han gustado mucho tus reflexiones, tan parecidas, curiosamente, a las mías...es un gusto seguirte y espiarte.
En segundo lugar, pienso que para muchas personas este mundo virtual supone un alivio porque permanecen en el anonimato pero, estoy contigo que como el trato concebido como el cara a cara, no hay nada.
Así pues y, para los que no tenemos la oportunidad de sentarnos contigo a charlar y tomar un refresco o un café, sigue escribiendo porque por medio de tus palabras construyes un lugar donde morar juntos...
Doble arquitecta.
Un abrazo fraternal,
JM
Publicar un comentario