Camino por la calle con rumbo a ningún lugar concreto. Me encuentro con un barrio que no me agrada mucho: escaparates llenos de maniquís con trajes de lujo, falsos oropeles y una vida que se aparta de la que yo persigo.
De pronto, una librería. La Casa del Libro. ¿Otra? Entro en la tienda y rebusco. Todo está en su sitio. Orden aparente entre un mar caótico de títulos. Uno llama mi atención: “Con Burka por amor”. No comprendo ni quiero comprender el mensaje y me dirijo a la sección de poesía. No es muy grande. Parce que en este lugar no entran muchos aficionados a la lectura de poemas. Pero hay los suficientes para calmar mi sed. Compro uno, pago y me voy.
Es de Joan Margarit, en versión bilingüe catalán-castellano. Me siento en un banco y leo. Pasan coches y peatones, en veloz huída hacia ninguna parte. Como es lógico, comienzo por el final. Por el epílogo. Y unas frases llaman mi atención. Las últimas: “Para escribir poesía no suele ser demasiado útil dejar el sentimiento sin el control de la razón (el “cuando escribo que lloro, no hace falta que llore” de Voltaire”) (Me gusta). “Y ninguna pretensión por lo que respecta a la originalidad, si bien estoy de acuerdo en líneas generales con Hardy cuando dice que lo único que podemos hacer es escribir sobre las cuestiones de siempre con los estilos de siempre, pero intentando hacerlo un poco mejor que los que nos han precedido” ...Continúa Margarit... “Nada para crear. Todo por descubrir. Porque cuando más viejo me hago, no reconozco otra aventura que valga la pena que la propia vida. Ni otra posibilidad de consuelo que la de administrar el propio deseo y ¿por qué no? el propio fracaso”.
Sin hacer caso a los cláxones ni a la polución ni a los taconeos ni a la tarde que empieza a declinar, leo ávidamente. Me gusta lo que leo. Joan Margarit escribe sobre las cosas que ocurren. Sobre su hija Joana que partió. Sobre su padre. Sobre la arquitectura, el dolor, el tiempo que transcurre y el amor. Sobre la muerte. Y sobre las Casas de Misericordia donde se refugia simbólicamente, instituciones que marcaron una época determinada de la post-guerra que el vivió, tiempo que todavía pervive en el interior de muchos corazones. Aunque algunos no lo acaben de entender.
Margarit tiene nombre de flor, alma de poeta y su corazón habla en catalán. Entre estructuras de hormigón es capaz de derribar muros, contemplar estrellas y albas, pasear ciudades o hundirse en la melancolía desgarradora de los recuerdo y de las ausencias. Premio Nacional de Poesía 2008 con este poemario. Entre melancolías y realidades, escribe así:
PLANOS
Su amigo le mostró toda la casa,
qué tabiques quería derribar.
Y qué puertas abrir en los muros de carga.
Pero él le dijo que no hiciese nada,
que las casas no salvan nunca a nadie.
Lo que te atrae son las ruinas, dijo.
Mentirte hasta caer, absorto y gélido,
dentro del dormitorio del engaño:
allí te imaginas que ella te sonríe.
Y después se calló, como los pájaros
cuando oyen pasos demasiado cerca
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