martes, 5 de enero de 2010

El azar, columnas y obeliscos


Paul Auster -fabulador de historias en las que el azar tiene un papel primordial- va cerrando círculos repletos de conexiones, dando pie a otros círculos distintos  que nos atrapan, irrealidades reales que a muchos nos han sucedido alguna vez, donde el extrañamiento, como el que tenía Kafka, se hace protagonista... Utilizando "el idioma de la casualidad y de las coincidencias, el idioma de los encuentros fortuitos que se convierten en destino”. Son éstas, palabras de Justo Navarro, traductor, escritor también del azar, y seguidor de P. Auster al que traduce del inglés y define, en el prólogo de “EL CUADERNO ROJO”, como “cazador de coincidencias por obligación moral.” Ameno e intrigante libro de relatos cortos. 



Pero no es la casualidad ni el azar lo que ha hecho que nuestros gobernantes municipales (pongamos que hablo de Madrid) ricen el rizo, dando otra vuelta de tuerca a los enormes tornillos, obeliscos, columnas, torres, falos o rascacielos, sembrados como judías en una huerta, en el entorno de la Plaza de Castilla, símbolos de un poder en decadencia. Poder invisible, vacío de contenido excepto para unos pocos, creador de “no lugares”: aquellos que no nos acogen, con los que no nos referenciamos, por donde no paseamos, ni nos reunimos, ni convivimos en su cercanía. Simplemente los observamos desde lejos. Con bastante perplejidad y terror. 



Pero ¡ay! cuando ya los creíamos terminados, ha surgido otro nuevo (el obelisco de la Caja) en medio de la plaza. Es dorado, móvil, delgado,  con connotaciones orgánicas y basado -al parecer- en una escultura de Brancussi. Su autor es el arquitecto, escultor e ingeniero Calatrava (nada que ver con los famosos hermanos). Calatrava es ahora una figura mediática y -aunque ha diseñado inicialmente obras de gran interés- no hay actualmente ayuntamiento fuera y dentro de nuestras fronteras que no quiera tener una “singular” obra suya: Bilbao, Barcelona, Valencia, Sevilla, Murcia, Tenerife, así como un largo etcétera... y ahora Madrid, donde la Caja (que sube pero no baja) y nuestro ínclito alcalde, no han resistido la tentación de añadir otro símbolo más que nos obliga a mirar al cielo -para ver si se mueve or not- cuando pasamos en coche con el peligro que conlleva. Y al que la picaresca madrileña ya le ha puesto nombre: El pollón de Gallardón. 

   
Y a vosotros ¿qué os parece? 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un espéctaculo haberlo visto montar...