Pascuala Campos de Michelena ha sido la primera Catedrática de Proyectos Arquitectónicos dentro de la Universidad española. Y hasta ahora, la única. Su actividad profesional la ha desarrollado sobre todo en Galicia. Vive en Pontevedra, pero desde 1982 ha compaginado su trabajo de arquitecta con su labor docente y de investigación en la Escuela de Arquitectura de A Coruña, llegando a obtener la cátedra de proyectos en 1995.
Para ella no es fácil determinar una línea de influencia clara de las escuelas en las que estudió. La única referencia reconocible está en Alvar Aalto; aquellos planos como “exquisitos bordados”, las sugerencias de lo no determinado previamente... La vinculación con esta forma de concebir la arquitectura le acompaña hasta hoy. Formas que se podrían intentar explicar principalmente como una falta de prejuicios formales o funcionales, alcanzando en ella una actitud revolucionaria. Cada proyecto es, desde el comienzo, una aventura.
Pascuala Campos une el proceso del proyecto con el proceso de identidad. Ambos procesos son construcciones en el tiempo, acciones emocionales.“La acción emocional nos conecta con los demás y es el fundamento de nuestro crecimiento armónico”, dice. Intentos de comprensión que le hacen arriesgarse, borrando los límites establecidos tanto en lo profesional como lo personal y entendiendo el espacio como un lugar de relación y de comunicación.
El proceso del proyecto, largo y complicado, lo desarrolla como una germinación o un cauce de agua que busca su lugar. “El proyecto es el lugar entendido como matriz universal, es la búsqueda de una arquitectura que favorezca las sutiles y complicadas relaciones humanas, donde la recreación del espacio, con sus componentes de belleza y armonía sea un apoyo y una consecuencia del amor hacia la vida.”
Sus obras resultan inesperadas en el sentido que tienen las sorpresas. “Cada uno de los trabajos”, dice, “significó mucha dedicación y cuando los vuelvo a ver, siento que aún están presentes aquellas intuiciones y sentimientos que ayudaron a conformarlos. También recuerdo conversaciones e ilusiones de las personas... Y por supuesto las fases de obra en donde, gracias a tantos esfuerzos de encargados y obreros, se materializaba lo que en definitiva, sólo eran rayas sobre papel”.
Así “La casa para el párroco de Marín” (1968), de una modernidad rabiosa en una Galicia en aquel momento sumida en un pasado perenne. De este mismo año es “La Casa de País en Sanxenxo”, otro ejercicio en el más puro lenguaje moderno que se coloca en la tierra, casi sin tocarla, como una transición entre el mundo agrícola y el mar, como un umbral.
“El Ayuntamiento de Pontecesures,” (1975) es transparente, versátil, amplio... estímulo de las relaciones entre las personas y de éstas con el entorno próximo y lejano, y nos transmite el sentimiento del espacio total como un fluido en el que se anclan otros espacios de escalas diferentes resaltando la teatralidad de su atmósfera. “La actuación en Combarro” (1984) representa un trabajo delicado con propuestas puntuales que pretendió trazar una urdimbLre en la que encajaran de un modo tranquilo, actuaciones posteriores. “La Escuela de Formación Pesquera”, primer premio en un concurso nacional, en la Isla de Arosa (1990), es un edificio dedicado a la enseñanza y a la investigación que da respuesta a la relación con el pasado, se adecua al sitio y resuelve funcionalmente un programa de investigación y docencia teniendo en cuenta las vistas y la orientación. “La Casa de Fina” (1995) es, según la propia Pascuala, “casi una casa de juguete”. Situada en el casco antiguo de Pontevedra, de muy reducidas dimensiones (5x7m) y una sola fachada, la sorpresa está en el paisaje interior. “La casa de Antolina” es una rehabilitación de un pequeño conjunto de piedra donde se contemplan tres situaciones vitales: los abuelos, la madre y una hija, con sus independencias e intimidades. Por ultimo “su casa de Pontevedra” situada en el casco viejo de la ciudad, que rehabilitó con gran respeto hacia la zona, manteniendo la fachada de1683 que da a la iglesia de Santa Maria, y conservando la huerta transformada en jardín rehundido.
Pascuala Campos además tiene una familia: Sergio, Daniel y Magdalena, sus hijos; Daniela, Alan y Candela, sus nietos; Eloisa y Sonia, las madres de sus nietos; amigas y amigos, que ocupan sus sentimientos, sus espacios y sus tiempos. En esta vida de obligaciones y de placeres, muy mezclados, se considera fundamentalmente arquitecta. Cree que ”pensar es ante todo –como raíz, como acto- descifrar lo que se siente”, tal como escribe María Zambrano.
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