Un solo ser nos falta y todo está despoblado
Alphonse de Lamartin
Se fue como se tenía que ir: sin un adiós, sin una queja, sin un reproche...
Y es que, desde que le pilló aquel maldito autobús, se le habían quitado las ganas de seguir nadando e –incluso- de cuidar a su gata. ¿De vivir?
Sus hijos no comprendían lo que le pasaba, claro, siempre había sido toda vitalidad, toda fortaleza. Y la muerte de su marido fue tal vez un encuentro tardío consigo misma, con su soledad, y también con su independencia. Pero esas noches vacías de sueño aunque repletas de pensamientos, de vida no vivida, no habían hecho más que empeorar las cosas. Y empeoradas las cosas lo mejor era guardarse para sí el secreto.
Lo único que le mantenía viva eran sus nietos. Pero había perdido la memoria y sus reflejos no eran los mismos, así que todo se le acumulaba: unas ganas enormes de descansar, de no pensar más, de no repetir siempre la misma cantilena....
Entonces decidió morirse. Sí, así como suena. Y como hasta sus dedos se le hacían huéspedes, eligió el mejor momento, para no molestar. Un lunes de primavera, para que sus hijos pudieran librarse del trabajo. Que no fuera en vacaciones, para no incordiar a nadie. Ni tampoco fin de semana, por lo mismo. Que no hiciera ni demasiado frío ni demasiado calor. Que no oliera demasiado a primavera... por evitar las ganas de quedarse. Ni demasiado a mar.
2 comentarios:
En el caso de que tu Teresa sea un personaje ficticio consigues algo tan dificil como echar de menos a un desconocido...
Constato que utilizas el concepto "familia" como tema recurrente en tus relatos desde tu posición privilegiada de observadora experimentada. Te aseguro que los que lo leemos, aprendemos. Sí, así como suena.
Un beso.-
En nuestras vidas hay muchas Teresas, que han pasado por ellas sin apenas hacerse notar, y que solo cuando se han marchado, nos damos cuenta de todo lo que hacían por nosotros.
Un beso Cris
Tia Pili
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