Todos
tenemos dobles o triples vidas. Y además es bueno que así sea. No contamos lo
mismo a todos y nuestro verdadero yo ni siquiera lo conocemos.
Desconfío
de los que dicen que no tienen nada que ocultar. Y aunque es una frase hecha,
la vida íntima es de uno y ni los terapeutas conocen toda la verdad. Si es que existe.
Yo
misma, sin ir más lejos, no me conozco muy bien y cambio de opinión con relativa
frecuencia. Oculto cosas, las escondo como acto reflejo, las preservo de algunas
miradas que no desean entender lo obvio.
O no las quiero sacar a ventilar.
Hablando
de arquitectura, los arquitectos también escondemos obras que no nos gustan y
que hemos tenido que hacer muchas veces por sobrevivir. Otras, porque no hemos
sabido (o podido) imponernos ante un cliente difícil y algunas -seguramente-
por incapacidad manifiesta. Y así lo
hacen todos los artistas, rompiendo bocetos o destruyendo partituras.
Descubrirse
por completo, mostrar nuestras miserias o nuestros pequeños e íntimos placeres,
sólo lo hacen los fundamentalistas (que entienden la verdad como si fuera un
sombrero de copa).
El resto del común de
los mortales guardamos tesoros en rincones inaccesibles o en pesados arcones.
Por
eso hay que ser respetuosos y cautos con los que nos rodean y comprender
sus silencios o sus pequeñas infidelidades, siempre que no pongan en entredicho
esas dos hermosas palabras que recomiendo llevar altas como banderas: LEALTAD y
DIGNIDAD.
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