viernes, 21 de agosto de 2015

LA PLAYA DE LOS DESEOS

Para Ramón Z. y para Vic. Por razones distintas

El cielo nocturno de la playa se llenó de puntitos de colores. Cientos de globos voladores de papel japonés, en los que en su interior alumbraba una antorcha, se fueron elevando desde el malecón hasta la playa. Cada vez que una familia o grupo conseguía hacer volar al suyo (lo que tenía un cierto misterio), se escuchaban gritos de alegría y aplausos que fluían con los de otros grupos, haciendo del silencio nocturno habitual, un murmullo luminoso.

Cada uno de los globos llevaba dentro una llama que acogía un deseo. Todos volaban hacia el mar abierto y se dirigían a la oscuridad del invisible horizonte. Y el espectáculo de esa noche permanecería en la memoria colectiva de los habitantes y veraneantes de la pequeña ciudad. Entre los que yo me encontraba.

Era el 15 de agosto en ese lugar con playa. Una playa como tantas otras del norte del país en el que el cielo nocturno, donde se reflejan las luces de los edificios y del alumbrado, impiden ver las lágrimas de San Lorenzo (también llamadas Perseidas), pequeños meteoritos que todos los años por esas fechas, chocan con la atmósfera. Y que se pueden contemplar en otros ámbitos sin contaminación nocturna. Con cada estrella fugaz, se piensa en un anhelo secreto. Y dice la leyenda que se suelen cumplir.


Por eso, los globos incandescentes en la noche recordaban a este fenómeno natural. Y era sobre playa precisamente donde ocurría.

Las playas son lugares de encuentro de algunas ciudades con mar, en los que casi todo está permitido. Desnudarse, correr, jugar a distintos deportes, chillar, caminar, estar tumbado, comer, bañarse, besarse, esconderse, aparecer, perderse, ensuciarse. Hay pocos espacios donde se pueda hacer esto y mucho más, con naturalidad y aceptación por parte de todos. Donde mayores, niños y jóvenes interactúen sin trabas ni tabúes, y se mezclen edades, estratos sociales y formas de pensar y de ser. Lo que permite a las personas sentirse felices y relajadas. Y el sonido que desprenden, disfrutando, es de risas y voces mezcladas con el rumor del mar. 

 
Mucho hay que pensar sobre las playas para diseñar un espacio público en la ciudad si observamos lo cotidiano y contamos con las emociones. ¡Qué poco se necesita! Una extensión grande de arena y una extensión grande de agua. Y sol. Un buen servicio diario de limpieza y poco más. Ni juegos infantiles, ni pistas de paddle, ni siquiera papeleras más que las necesarias y retiradas. Espacios donde se pueden tirar al aire de la noche globos de papel y no suponga más que otro recuerdo amable para anclarse en la memoria de las gentes.

1 comentario:

Mª Pilar dijo...

Me encantan las playas con esas casetas. En Portugal en la playa de Ancora, tambien las hay, ¡Y los bañeros!.
Esos globos los echaron este año aqui, y al principio no sabíamos lo que eran, me encantaron.

Besos