sábado, 31 de octubre de 2015

JACINTO

Esta mañana volviendo a mi casa, en la Plaza de Tirso de Molina, por dos euritos me compré un jacinto, de color azul amoratado y  olor voluptuoso. Lo cambié de maceta y lo fotografié, reflejándose su imagen en el cristal de la mesa del salón.


Según la mitología griega, Jacinto era un hermoso joven, amado y deseado por el dios Apolo. Ambos jugaban a lanzarse el disco.  Y Apolo, para impresionar a Jacinto, lo lanzó  muy muy fuerte. Al intentar atraparlo, Jacinto fue golpeado. Y del impacto, murió.

Otra versión dice que la causa del fallecimiento fue debida a Céfiro, dios del viento. Apolo, dios del Sol, y Jacinto eran muy amigos y la belleza del último hizo que Apolo y Céfiro (del que también era muy afín nuestro protagonista), pelearan: los celos causaron que el dios del viento desviase el disco para matar a Jacinto. Y así lo hizo.


De la sangre derramada, Apolo hizo brotar una flor, el jacinto. Las lágrimas de Apolo cayeron sobre los pétalos y la convirtieron en una señal de luto. También se ha convertido en un símbolo de prudencia y de fragilidad, lo que tiene los días contados y no puede recibir de lleno los rayos de su amigo, el sol.

En estos días de difuntos, de bellezas (arquitectónicas) efímeras, de amigos que traicionan, de dificultades y de crisis prolongadas, quise comprar esta flor que he colocado en una estantería frente a la mesa de mi despacho. Nada sucede por casualidad…

Espero que mi nuevo amigo Jacinto me acompañe unos cuantos días de este noviembre que comienza. Que me infunda fuerza ante la fragilidad de situaciones personales, políticas y colectivas.  Y también confianza. 

Una hermosa flor para este frágil mes otoñal ...


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