La ciudad híbrida y
contemporánea, -aquella en la que habitamos más de un 50 % de la población
mundial-, tiene cada día más en cuenta la nuevas tecnologías, tanto para incidir
en su diseño como para la practicidad de la vida cotidiana. Entonces, yo me pregunto ¿dónde
quedan las emociones? ¿por qué no incluirlas en el mapeo de la ciudad para que
faciliten nuestras relaciones y, por ende, nuestra felicidad?
Entiendo por mapeo, el dibujo en un plano de las distintas actividades / rutas / paradas / puntos de encuentro /
itinerarios / temperaturas / peligros / etc. que ayuden al ciudadano a
desplazarse, relacionarse, orientarse, asistir a reuniones, manifestaciones o
espectáculos, saber donde se realizan, escoger el camino más directo o más
fácil, encontrar rutas alternativas o de bicis, conocer horarios y medios de transporte,
saber el tiempo que está haciendo en distintas áreas o la concentración de la
polución. Y tantas otras cosas.
De la misma manera se pueden
realizar distintos mapas por diferentes personas, mapas, que al superponerlos uno sobre otro produzcan nodos o puntos (en los cruces de las redes), señalando así zonas de
peligro, de concentración de vehículos, de accidentes o de lo que la
imaginación dé de sí.
Mi imaginación y mi memoria no
olvidan la sostenibilidad afectiva, un término que tiene que ver con la planificación
urbana humanista y que tiene en cuenta,
para el diseño de las ciudades, los afectos entre las personas.
Volviendo al mapeo, propongo una
experiencia. Que los que quieran, punteen en un plano de una ciudad
(pongamos que hablo de Madrid), 10 lugares donde hayan sido felices a lo largo
de su vida. Una vez punteados se unirán los círculos por medio de unas líneas que los
relacionen. Yo empiezo.
Superponiendo los mapas, podremos ver zonas
más felices y otras, menos. Una vez que tengamos los mapas, habría que estudiar
el por qué de esos espacios felices. Y esto nos dará pautas para seguir
avanzando.
Plano base:
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