martes, 26 de enero de 2010

Sosteniéndose las Miradas...

Para Eva


Hay historias que son imposibles de comprender. Aunque te las escriban, aunque las cuenten con todo tipo de detalles, aunque las leas en una novela teniendo tiempo para detenerte en cada pensamiento, de saborear cada idea, de indagar en cada pista... Y es porque habría que sumergirse en la piel de la persona que lo ha vivido (si es que lo ha hecho y no es pura fantasía), calzarse sus babuchas, haber dormido sus noches y caminado sus días, haber tiritado de frío en algunas oscuridades de su infancia escuchando las medias tintas que los mayores no se atrevieron a confesar... E incluso, si llegas a conocer al protagonista, tal vez puedas intuir alguno de sus secretos reflejado en el iris de sus ojos, no en lo que quiere decirnos cuando habla, si no en lo que expresa cuando calla...

Así me sucedió con Eva, una hermosa mujer de ojos azules y mirada limpia nacida en ese oeste de un Berlín de post guerra, con la que compartí piso el pasado mes de julio. Escritora de una novela que sólo ella sabe cuando la acabará. Narradora de una historia en la que ella misma se entremezcla con la protagonista. Y así, contándomela, en los pocos momentos que compartimos un café o una cerveza, intenté hacer lo único que podía en ese momento: escucharla y acogerla. Y emocionarme. Y ahora, recordarla.





Y así me sucedió también con "Chesil Beach", la última novela de Ian McEwan que no se puede leer sin pensar en la vida truncada de los protagonistas. A lo tonto. Lo tuvieron todo y todo lo perdieron. Y aunque uno se detenga largamente en la historia de él: hombre, historiador, joven, impulsivo y violento a veces, inteligente, hijo de una mujer distinta, tanto que en su casa no se cambiaban la menudo las sábanas ni tan siquiera se hacían, pero se vivía con un grado de felicidad que conformó en él una personalidad apasionante y arrolladora. O en la de ella: mujer, joven, violinista, hija de una filósofa y un hombre de negocios, criada en un ambiente en el que se leía y discutía a Shopenhauer entre sábanas de hilo o viajes en barco. Criados ambos en un ambiente especial aunque demasiado constreñido, cerrado y axfisiante; ambiente que logró que una chica dulce y sensible temiera entregarse, amar con todas las letras, con el alma... Y en esa dulce, que podría haber sido, noche de bodas, se desarrolla el preludio inacabado y no consumado de un tira y  un afloja, un debo pero no puedo, una larga agonía que desemboca en lo que ninguno de los dos ni deseaba ni tan siquiera sospechaba.

La ilustración de la portada nos da idea de la carrera alocada de ella, Florence, con su traje azul de novia, corriendo despavorida hacia el horizonte lejano y azul, entre el azul del atardecer y el del mar, perdiéndose en la frialdad azul de sus labios y en la gélida sangre que corría por sus heladas venas.

No supo o no había querido saberlo, que al huir de él, convencida en su congoja de que estaba a punto de perderle, nunca le había amado más, o con menos esperanza, y que el sonido de su voz habría sido una liberación para ella, y habría vuelto. Pero él guardó un frío y ofendido silencio en el atardecer de verano y observó la premura con que ella recorría la orilla y como las olitas que rompían, acallaban el sonido del avance trabajoso de Florence hasta que sólo fue un punto borroso y decreciente contra la inmensa vía recta de guijarros relucientes a la luz pálida.”

Espléndida novela, verosímil, irrepetible, muy triste y magníficamente escrita.




No hay comentarios: